El amor causa adicción
El deseo es un poderoso motor que nos empuja en todas direcciones. Gracias a éste, se amasan fortunas, se erigen rascacielos y se decretan las bases de nuestros hogares; pero también por causa del deseo se llega a traicionar a amigos y familiares, se abusa del compañero y se destruyen toda clase de lazos. El deseo es básicamente una pulsión, una fuerza instintiva que en principio busca satisfacer las necesidades más ele mentales de conservación y propagación de la especie, vinculándose después a otras más complejas, como el afán de interrelación o la búsqueda de reconocimiento y afecto. Tal como ocurre con todo impulso, el deseo escapa a las leyes de la voluntad, así que aunque logremos frenarlo y redirigirlo, distamos de ser monarcas de nuestras apetencias.Continúa leyendo...
¿Soy el padre que quiero ser o sólo el que a duras penas puedo?
Este concepto remarca la importancia de enseñar a los hijos a valerse por sí mismos, a protegerse de los peligros y enfrentar las consecuencias de sus actos de manera exitosa.
Distinguir las estrategias que funcionan de aquellas que son contraproducentes, es el reto que todo padre enfrenta con gran temor de equivocarse, especialmente cuando la información con que cuenta suele ser confusa y contradictoria.
Hemos escuchado cientos de veces que una buena disciplina fomenta la responsabilidad, pero las nuevas corrientes hacen hincapié en fomentar la curiosidad, la creatividad y la iniciativa del niño.
Entonces, ¿que método es el adecuado? ¿Cómo encontrar el equilibrio entre impulsar a un niño a desarrollar su potencial pero evitar convertirse en cómplice de una insubordinación patológica que convierta a nuestros pequeños en delincuentes?
Los mejores criterios son aquellos basados en la calidad del afecto y en un entrenamiento que permita al niño aprender a discernir lo correcto de lo errado y a asumir las consecuencias de sus actos.